domingo, 9 de enero de 2011

LA LEY DE LA SELVA EN EL METROPOLITANO

Ni modo, las reglas se han hecho para respetarlas. Ellas son muy importantes porque garantizan la convivencia social en un mundo cada vez individualista y execrablemente cosificado. (los bienes y las personas son medio útiles para mi existencia y mi satisfacción.)

Salí un sábado con mi familia y mi esposa que espera mi primer vástago, y regresando del centro de Lima, hice uso de la la obra más reconocida de la gestión del ex alcalde Castañeda en nuestra ciudad: el bus metropolitano. No era la primera vez que viajaba en este transporte urbano (aunque confieso que me he sentido satisfecho por su rapidez, comodidad y eficiencia en cuanto a su funcionamiento) pero me dí con la sorpresa que en uno de los asientos rojos (que públicamente son reconocidos por aquella Ley sobre los asientos reservados para las personas de la tercera edad, madres gestantes, madres con sus hijos pequeños y personas que tienen poca ventaja en la sociedad) se encontraba sentado un tipo ebrio que no ocultaba su cansancio y comodidad en un asiento privilegiado (según Ley) y diferenciado por el color rojo.
El metropolitano, un servicio para todos los ciudadanos; una obra de todos los ciudadanos.
Le pedí al tipo que cediera el asiento recordándole que era "reservado". Al principio ni se inmutó, pero cuando se dio cuenta que había una señora embarazada, "olímpicamente" nos mandó a rodar con un gesto indiferente e incómodo por la situación. Quise balbucear una lisura, aunque no era buena idea porque estaba en un sitio público. Sólo atiné a pensar - y le dije - en lo pésimo que era como ciudadano.

Siguiendo mi recorrido, bajamos en el paradero de la estación Ricardo Palma (Miraflores). Quisimos estar tranquilos y olvidar la mala pasada en el bus, aguantando a los transgresores de las leyes civiles. Nos dirigimos al ascensor (una buena idea del servicio de las estaciones del Metropolitano, para facilitar el rápido transporte de personas en desventaja, entre ellas madres gestantes, ancianos, etc. hacia la parte superior de la salida de la estación) y mi sorpresa se produjo por segunda vez. En el ascensor entrábamos mi esposa (gestante), mi suegra y dos caballeros que no tenían las "desventajas" mencionadas líneas arriba, cuyo propósito era "cortar la ruta" para llegar a la salida de la estación.

La ley ampara a los menos favorecidos en la sociedad. Entonces ¿Por qué hay pendejos que insisten en romperla amparándose en su execrable individualismo?
Reconozco que yo tampoco tendría que haber utilizado el ascensor, pero los jóvenes orientadores (trabajadores en la estación con su chaleco amarillo) si permiten que el esposo acompañe a su pareja embarazada. Pero si iría sólo es ovbio que tendría que utilizar las escaleras. Así fomentaría el respeto a las normas sociales, promoviendo la calidad en el servicio del transporte que ofrece el Metropolitano.
Ese día sentí la pateadura en el trasero de los transgresores sociales. Y me llevé un sabor desagradable sobre la inconciencia de ciertos seguidores de la Ley de la selva ("hago lo que me da la gana y disfruto transgrediendo las normas porque así me hago más fuerte y pendejo")

Las normas son un imperativo social cuyo propósito es mantener el correcto estado de cosas en una sociedad. Y algunos adultos hacen lo posible para romperlas. Nos lamentamos luego que nuestros hijos o jóvenes generaciones actúan como salvajes a-normales cuando los padres y adultos faltamos en nuestra vocación de formadores sociales. Parece que la Ley de la selva sigue y seguirá imperando en la conciencia de algunos ciudadanos limeños.